Una disculpa. Pensaba el día de hoy poner algo sobre arte urbano, pero la inspiración se ha retrasado bastante y las ideas se han quedado a medias.
≎
Trabajaba para el circo. Era
la tramoyista; había nacido de unos padres caminantes de delgadas cuerdas
sobre rostros de asustados espectadores. Se amamanto en las nubes. Sus
palabras no llegaron hasta los espectadores,
se quedaron en la red de seguridad a dos metros bajo la
cuerda; dormía (primero como ave de extraño plumaje) posada sobre sus
dos píes en la cuerda. El milagro de los primeros pasos fue cuando camino sobre
tierra firme; todo lo demás lo aprendió en las alturas.
Ahora se encontraba allí, parada sobre la ciudad y con atuendo rosa, como
un ave rosada. Estaba allí recordando la vez que miró hacia el suelo y entonces se
supo perturbada por el payaso más joven, que con cara de idiota la miraba y la
miraba dar pasos seguros de un extremo al otro de la cuerda. No quería mirarlo,
pero era imposible no sentir la mirada sobre sus piernas, perdió la
concentración justo para cerrar su puño y quedar suspendida en vilo; abajo los
espectadores cerraron los ojos y pronunciaron un generalizado
ohhhhuuu. Una niña grito mientras señalaba sobre su cabeza: ¡Papá mira! ¡Mira!.
Y el padre miro. Miro como se contorneaba y volvía a tener la cuerda
bajo sus pies; y más abajo estallaba el mundo en aplausos considerándolo parte
del espectáculo nocturno del miércoles. Sin embargo a ella le había
costado la vida.
Bajo cobijada por el silencio de la madrugada, afuera hacía frío y ella
había decidido que ese sería el último error. No llevaba más que el atuendo
de tramoyista bajo la gabardina. El joven payaso la
vio descender y la siguió fuera del campamento circense. A una
cuadra de distancia corrió y le tomo la mano; la beso y huyeron los
dos juntos.
Años después Bernardo, el hombre-payaso, le reclamaría el haberlo
alejado de su única pasión: "El Circo de los hermanos espaciales S.A. de
C.V. " y dichas estas palabras la abandono. La abandono con dos semanas
adeudadas en la habitación del modesto hotel, un embarazo (por cierto: mal-lo-gra-do)
de dos meses, media cajita feliz de tan comercializada comida rápida y
un montón de años sin placer. La abandonó para irse a vivir, con la
ex (y vieja) vidette, en un remolque cerca de donde se ponía el circo cuando llegaba
la feria; y al cual asistía como ferviente religioso deseoso de la
comunión. Bernardo, a nadie le dijo que lloraba cuando veía a los tramoyistas
allá arriba y que en silencio pensaba en ella.
Recordó que esa otra noche, cuando salió de ese hotel por la
puerta trasera, a afuera volvía a hacer frío y lo tomó como un presagio de buen
futuro; pero ese frío solamente la hizo abortar días después, cuando ya se
encontraba más al norte trabajando como mesera en el restaurante de carretera.
Había dejado su pasado. Los camioneros se detenían para ver como les llevaba
los alimentos o les volvía a servir café con la gracia del cisne...
sí, parecía un cisne, un cisne con el uniforme siempre tan
blanco. Kathy la recordaría durante esos años que trabaron como compañeras y
que de cuando en cuando ir a comprar boletos para el cine. No hablaba, se
limitaba a cumplir su trabajo; así que nadie sabía donde vivía o si tenía
familiares. Es más, nunca de los nunca supo su nombre; para ese lugar
era Candy. Candy desapareció un sábado de noche después de su trabajo-en-turno.
Un hombre la acompañaba. Meses después Kathy recibiría una postal (la
última que mandaría) depositada en el buzón justo antes de volver a las
alturas. En la postal le explicaba que se había casado con
un ricachón de NY, y que pronto iría a hablar de negocios.
Pero ahora, en el presente, se encontraba allí; parada sobre la
ciudad, como un phoenicopterus de delgadas piernas a punto de romperse en
cualquier momento y que mira fijamente el horizonte. Recordaba lo que era andar
caminando sobre las cabezas de los espectadores, recordaba sus primeros pasos
sobre la cuerda y como sus padres la entrenaban alumbrados por la luna en las
noches y cuándo no había luna; la guiaban al igual que un
lazarillo guía al ciego por las calles tumultuosas de Manhattan.
Le pareció gracioso que después de tantos años de vivir sobre la tierra
ahora le diesen ganas de volver a sentir la cuerda tensa bajo el arco de sus
pies. Miró un avión surcando el cielo y cerro los ojos. Se imagino a los
transeúntes como espectadores, en sueño, las luces del circo se encendieron, se
anunciaba su espectáculo y la luz del reflector le daba de lleno por un costado
de su cuerpo. Avanzaba por la cuerda, firme y decidida, sabía perfectamente
donde había de girar sobre sus talones, inclinarse a derecha o izquierda, abrir
los brazos, darse una marometa y seguir caminando de reversa, abajo todos
aplaudían. Y allí, sobre su cielo circense y amurallado, pudo ver las
once estrellas de merito familiar a los mejores caminantes de delgadas cuerdas.
Ahora volvería a ser digna de ellas.
Se lanzó al vació, sabía que dos metros más abajo la red de seguridad la
salvaría. No, ella tampoco confeso que lloraba cuando veía a los tramoyistas
allá arriba. Esta ves no había ni cuerda, ni redes, ni espectadores; quiso
pensar que sí, y que los transeúntes le aplaudirían.
Era el primer miércoles septiembre cuando
ella saltaba.
Un poquiño extenso, pero igualmente envidiable et disfrutable, enhorabuena a tu colega.
ResponderEliminarSaludos y letras