miércoles

Renacimiento

¿Qué fuiste a hacer al norte? -me preguntó mi madre cuando volví.
Respondí que solamente Dios sabía que había ido a buscar allá; la verdad que había ido más al norte, a esos desiertos del otro lado de la frontera donde si uno no tiene un buen radio que intercepte la estática será consumido por ese silencio mortífero. 
Necesitaba estar así para poder gritar todos los sonidos de tu nombre y del mío; para vaciarme de todos los silencios que llevaban ya atendiéndome buen tiempo.  Contemplé ese valle que me miraba nacer, entré al coche y esperé el amanecer.


Fortaleza


Te seré sincera, desde que llegaste hiciste de mi corazón un lugar que solamente fue habitado por ti; allí estaba tu casa y tú eras el único que tenia llave. No entraba ni salía nadie más. Cuando te fuiste comenzó una lluvia que no paró de arreciar; ahora, cada vez que llueve mi corazón hace una pausa (tal vez recordando la lluvia que me llevó hasta ti) antes de seguir latiendo entre suspiros.

Claro que habrá otros temporales; después de la lluvia siempre sale un sol de esperanza. No estoy muy segura de saber, ¿por qué decidiste irte tan vacío dejándome tan llena?. A veces creo que la respuesta se reduce a que tú seas quien cinceló un mapa del amor por todo mi cuerpo y por eso mis campanas suenan ante el mínimo recuerdo de tu nombre. 
Disculpa, sé que es arriesgarme demasiado; podría esta carta ser leída por alguien que no entienda las fronteras del alma y todo terminará en el mar de Galilea pero, esta vez, sin profeta que ordene silencio y sé que tu nueva familia no lo entendería. 

Disculpa el atrevimiento, disculpa no escribir antes; pero hasta ahora he reunido el valor y la fuerza. Disculpa que ahora sea un poco distinta, yo misma sé que no soy la misma; esta vez la tormenta me hizo una sobreviviente más fuerte.