Las ventanas siempre estuvieron abiertas; habían sido diseñadas para mirar y no para hacer saltar tu cuerpo.

Me acerque a la ventana, miré el piso de la acera de enfrente, bastante alto para que pegaras un salto... te miré y me miraste. Tú al otro lado de la acera, la otra tú al otro lado de la acera y bailando junto a la ventana; la otra tu, ama de casa preparando la comida mientras sus piernas de ex-bailarina aún perseguían el sueño truncado, tú en mi piso con una sonrisa en la mirada; tú, la otra, bailando en la cocina con ventana a la calle. Tú la mía hurgando los papeles de mi mesa, impregnando tus manos de mi tinta; tú, la otra, tan terrestre que muy apenas sabias saltar mientras embarrabas limón a los recuerdos. Tú la que asaltaste mi ventana con tu cuerpo te alejabas por la acera camino a la costa, las pisadas me llegaban como el sonido de tu nombre tecleado letra por letra en la hoja.
Entonces volví a la mesa puse una hoja nueva y escribí:
Las ventanas siempre estuvieron abiertas; habían sido diseñadas para mirar y no para hacer saltar tu cuerpo. Y sin embargo saltaste por ellas.