miércoles

El hijo de...



. . . Y bien, cada domingo venia a visitarme, y yo en parte quería que dejara de hacerlo... pero él era tan constante como el sol en verano; todos los domingos venia a verme.

Siempre era por las tardes. Salíamos a caminar al oxxo mas cercano para sentarnos a beber un café, ya que consideraba que un hogar sin café no es el mejor sitio para charlar; otras veces íbamos al jardín o sí estaba lloviendo nos quedábamos en su camioneta; siempre charlando por largos periodos.

Trivialidades; por que esas platicas parecían consultas psicológicas; él se sentía bien con migo o más bien para él el estar con migo le hacia sentir bien... se sentía tan libre como me lo confeso en más de cien-mil coacciones. Y para mi era conocer la historia de siempre, repetir los pasos que le llevaron a suicidarse; que en su mayoría eran cosas del pasado-ahora. Nos sentábamos hombro con hombro, con el café en las manos y el olor de un viejo cigarrillo en el aire y automáticamente salían disparadas las palabras como un torrente que parecía que nunca acabaría, justamente como el agua del Niágara.

Y era así, a pesar de estar congelado, por debajo siempre fluía el agua... y me pedía que no dijera nada; pero es que no había que decir, todo lo decía él con una frialdad incalculable... con una soledad que me parecía admirable,  fingiendo que el único amor de su vida era una muerta del pasado... y en silencio por debajo de su piel yo sabía que amaba en el presente con una intensidad endemoniada...

Esta mañana ando de lengua larga.

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